martes, 13 de enero de 2009

Paseo nocturno.

Una noche de verano
mientras un viento cálido
mecías las hojas de los árboles;
las calles desiertas y tranquilas
descansaban de la luz del día.
Mientras un par de sonrisas
se escapaban de una aventura
furtiva
en un banco de madera pulida.
Mientras los pájaros ofrecían
un concierto de ópera
raptando la atención de
una anciana desde su mecedora.
Mientras una ventana
con la luz encendida
confesaba la alegría dispersa
en su guarida...
Yo me encontraba
paseando con mi alma
y conversando con mi mente
con pequeñas dosis de ironía.
Pero cuando todo parecía
abocado a otro peregrinar
entre sábanas vacías,
ví su reflejo luminoso
plasmado en un charco.
La seguí entre las
molestas casas,
pero seguía ignorando
mi presencia.

Después de horas,
de nuevo resentido
y cantando una melodía,
noté su sonrisa
en mi nuca.
Me susurró al oído
que llevaba espiándome
toda la noche
observando mis paseos
entre árboles y coches,
entre farolas y sobre
las baldosas.
Estaba celosa del viento
porque él podía acariciarme.
Charlamos durante horas.
Caricias,
palabras,
susurros,
complicidad y
ese pasar incesante
de las horas nos transportó
al mayor de los placeres.
Y de pronto,
en un callejón apartado
dimos permiso a nuestros
deseos
para perderse en la noche.
Todo era placentero y perfecto,
nos perdíamos en un mar de besos,
pero no contábamos con
unos actores no invitados
que rápido se lo confesaron
a su marido loco de celos.
Y como por arte de magia
el día fue ganando terreno.
Nuestro sueño moría
a cada segundo
del reloj maldito
de aquella muñeca inerte.
Entonces todo
terminó.

Lo actores no invitados... las Estrellas.
El marido loco de celos... el Sol.
Y ella.. ella... la Luna.

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