jueves, 14 de mayo de 2009

El final de un túnel que divisas...

...entre una cortina. Ése fin.
 
Es un bar, en un declive de
realidad. Es un barranco
atormentado. Es la constatación en la
vida práctica de Leaving las Vegas.
 
La calle es un espejo; tu eres un haz
de luz frente a él, y tu eje ya ha cambiado,
tu eje ha rotado y la sombra que se deslizaba
en paralelo a ti está desconcertada.
 
Es un engranaje maestro, TODO: paseos,
bares, suelos, humo, ojeras, sueño, avaricia indolente.
 
Un bar es una enredadera de venas, en plena
euforia de incomunicación verbal. Te hablan, te
suplican ayuda. Hayan un despotismo ignorante
como respuesta a sus plegarias.
 
Un bar es un prisma óptico que absorbe
los colores equitativamente reconvertidos
en vidas. Los devora y los descompone.
 
Un bar es la indolencia que las personas exponen
ante la vida elevada a la máxima potencia,
cimentado en la psicología aprendida de un
camarero gastado.
 
Indolencia.
 
Tú sabes lo que debes hacer; no debes atravesar
ese túnel, no debes dejar reflectarte en ese
prisma.
 
Pero todo se vuelve cruelmente
irreal, todo es tan equivocado...
cuando el gusano de tu inconsciencia
atraviesa tu raciocinio, para recomendarte
con un tono de marcado carácter autoritario:
atraviesa el final, conviértete en uno de
esos colores absorbidos por el prisma.
 
¿Si o no?
Depende de si la cuchilla del hacha
de tu conciencia está bien afilada, para así
cortar la cabeza a ese gusano.