martes, 3 de marzo de 2009

¡Oh! Te ofrezco mi bienvenida.

Y así, como un suspiro, su perfilada
silueta se desprendía del cielo y
rasgaba el horizonte.
Formando un tenue manto,
una cascada celestial,
una sublime apariencia de
belleza esférica.

Contemplo humedecido, pero no
cabizbajo, lo que se expone ante
mis ojos...

y anduve obnubilado entre laberintos
de visiones goteantes, sintiendo la convergencia
entre cuerpo y lluvia,
entre alma y naturaleza.

Y mis ojos, ¡mis ojos!
constataban por mediación de su pupila
como el león indomable en piedra tallado
desgarraba cotas perdidas, y sentí esa garra
atravesando mi cuerpo, agarrotado por el
bullicio de reflejos.
¡Piedad!, grite en un silencio interior, que
combatía una violencia plausible..

Clamé al cielo, supliqué ya arrodillado
que Balder se apiadara de mí.
Pero hallé sorpresa en la finalidad
de tal dolor, pues encontré cabida
en mi alma
para aquella gota dorada.

Y no pude mas que rendir pleitesía.
Garra.
Animal.
Lluvia.

Contemplé, mientras me diluía en el
sendero de asfalto, como aquel
puente presidido por animales
guiaba por la intemperie a los
parapetados transeúntes.

Descubrí un río alocado bajo mis pies,
divisé las hondas producidas por el
impacto de las lluvias, escuché su lamento,
su dolor,

y me encontré en calles encharcadas,
con este cuerpo empapado, con estos ropajes
goteantes
y con estas manos entumecidas,
con la vida eterna, con el ciclo vital,
con el rugir de las nubes, y con el
placer de la lluvia.

Porque me cegué de placer, me
empapé en locura, me entumecí de
misterio,

porque note desgarrarse ese misterio
en cada gota que se deslizaba por
aceras,
y me enamoré de La Ciudad Oscurecida.
Con el corazón latiendo con fuerza comprendí
que ese momento significaba magia,
respiré lo incomprendido de querer arañar una gota,
de sentir como se desliza por tu cara, recorriendo
tu rostro, llegando a tu boca,

y bebí en un falso cáliz de la fuente de la vida.

Abrí los brazos, agité las manos,
intente impedir que los segundos
mataran mi momento,
acaricié el vaho de mis adentros,
intenté, furtivo de mí, esconderme
entre vientos y lluvias.

Y enloquecí
entre los lagrimales sonrojados de los Dioses
esculpiendo su obra en un cielo de lágrimas,
y respiré ese olor convertido en vida.